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En general se entiende por doctrina el conjunto de enseñanzas que se dan en una materia o en un terreno concreto. Se alude con él a la autoridad de quien enseña, al orden con que se enseña y a la resonancia social y cultural que tienen las enseñanzas.
En el campo religioso, doctrina es el conjunto de verdades que constituyen el depósito de la fe que se profesa en una religión. Ordinariamente se cuenta con un libro religioso, aceptado como revelado o como inspirado, con un maestro o profeta que transmite mensajes, con una comunidad que acepta y es fiel.
En lo que se refiere a doctrina cristiana, el concepto alude, en primer lugar, a su origen, que no puede ser otro que las enseñanzas de Jesucristo, cuyos seguidores se comenzaron a denominar cristianos en Antioquía debido a su aumento numérico (Hech. 26. 28). Además esas enseñanzas están recogidas por sus seguidores en una buena noticia o Evangelio de salvación.
Pero también posee un sentido sociológico, en cuanto el cristianismo se extendió por el mundo entero y se convirtió en una cultura basada en la fe. La doctrina es el conjunto de creencias o verdades en las que creen los cristianos y, por extensión, el conjunto de normas morales y de cultos que se hace como consecuencia de esas creencias.
En cuanto cristiana, posee un carácter original y único, por tener en su entraña una palabra divina, que es eterna, y una revelación misteriosa, que es fuente de vida. No se puede entender la doctrina cristiana como una más de las doctrinas religiosas del mundo, al igual que la islámica, la judaica, la hinduista o la budista. La doctrina cristiana no exige aceptación en un sistema de creencias, cultos y normas, sino en una Persona.
En la persuasión de esa originalidad se halla el pórtico de la fe evangélica. Y el eco de Pedro, modelo de cristiano convencido al responder a Jesús: "Tú sólo tienes palabras de vida eterna" (Jn. 7.68), es la explicación de esa identidad.
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